Los acordes chillaban de dolor.
El guitarrista tocaba su instrumento con la facilidad con la que cualquier
persona parpadeaba. Sus movimientos eran placenteros y fluidos. El vocalista a su lado, parecía volverse loco
tratando de devorar el micrófono con su profunda voz. Cada nota entonada
competía con el ronroneo de la pantera más fiera.
Las víctimas de los músicos se habían dejado someter, y bailaban sumisas
al son de sus rugidos burbujeantes.
No reinaba otro deseo en el
ambiente más que el de perder la cordura. Cosa que parecía ir sobre
ruedas. Sus estatus de humanos, habían
sido ocultados por una cortina de aspecto animal. Y al cielo solo aullaban
bestias ahora.
Decían que tenía manos de hada, textura de seda y la mirada de un océano
infinito. Que su voz tocaba el alma de quién la escuchaba, que su risa
provocaba la más divina de las sensaciones, y que sus lágrimas sabían a cielo.
Quien la tocaba, no podía olvidar ese hecho, quien la miraba era incapaz de borrar su imagen de sus recuerdos para
el resto de sus días.
Sus labios, recordaban a los pétalos de una rosa y su
cuerpo, a la delicada figura de una bailarina encerrada en una caja de música.
Cada movimiento que realizaba, cada parpadeo y cada bocanada de aire, daba vida
a un bosque entero. De sus pies descalzos se desprendían flores silvestres.
La
magnitud de su belleza sin embargo, podía ser derribada con tan solo un soplido
de aire tóxico.
Podría haber sido la princesa de los
cielos, venerada y envidiada por el brillo tenue de sus hermanas, y cuidada por
la tez albina de su madre.
¿Pero qué importaba un cargo de aquel calibre cuando
corría el riesgo de que su luz la cegara?
Había oído historias, historias sobre
princesas, princesas que habían sido devoradas por su propio fulgor y sometidas
a la más hambrienta de las oscuridades. Por aquello mismo y por mucho más, ella
no había deseado reinar sobre lo inexplorado sino explorar lo inexplorado.
Así
pues, en un acto suicida, se decantó por descender de los cielos
desembarazándose de lo único que habría podido hacer de ella una princesa de la
Luna: su fulgor.
La estrella pasó a ser una estrella fugaz en un arrebato
demencial. Su viaje la llevó a lo más profundo del océano y, entre el reflejo
del oleaje, consiguió advertir su verdadera forma.
De ese modo, supo que el
sacrificio de su estela no había sido en vano, que la extinción de sus sueños
por otro mayor había merecido sus lágrimas fosforescentes.
Oh, mi Principe Azul, robaste mi corazón por un
trono colmado en calumnias. Sedujiste mi idea del amor, la encarcelaste entre tus largas uñas de lobo y
la devoraste como a una de tus concubinas.
Oh, monstruo sin corazón. El espacio de tu pecho está
vacío. Tu estomago, está sembrado de sentimientos ilusos, robados de las
criaturas más puras.
Tus besos conmigo, los bailes
eternos a los que la luna parecía hacer que nos sometiéramos, no fueron más que
una encrucijada de espadas. Una pelea constante, en la que tus destrezas
perversas lograron vencer.
Me susurrabas al oído cuentos de hadas con desenlaces de felicidad eterna. Y embelesada por lo maravilloso de tu
voz y tu aliento, no logré divisar tus caninos ponzoñosos.
Yo sabía que aquel brillo en tus
ojos y aquella sonrisa idílica, eran
demasiado poéticos para ser ciertos. Pero ignoré mi mente e hice caso a mi
corazón que ya era tuyo…
El día en que me revelaste tus verdaderas intenciones, ni si quiera me
importó. Cuando tu mano irrumpió en mi pecho y dejó de lado el resto de los
órganos para alcanzar mi corazón, yo no jadeé de dolor, sino de pasión. Me
enamoré más, si era posible.
Y de un casto beso en mis labios me despediste antes de separar mi órgano central de mi cuerpo, y engullirlo...
...tenías razón..., una espiral de felicidad eterna..., oscuridad indefinida...
Con
pasos más torpes que los de una sirena
sobre tierra firme, la figura encorvada avanzó lastimeramente por las
calles silenciosas y oscuras de Madrid. Las colillas en el suelo la hicieron
tropezar, por lo que tuvo que aferrarse
a un fétido contenedor para no caer sobre los adoquines sembrados de orines.
Tan solo necesitaba la ayuda de una persona, una sola persona y podría
continuar su camino.
Se
enroscó alrededor de su manta hecha girones con esperanza de hallar calor en
ella. El vaho surgía de entre sus finos
labios de manera entrecortada, tal como su respiración. Cuando la anciana alzó
el rostro hacia el cielo, la Luna albina iluminó sus arrugas ausentes de
experiencia. Contempló su expresión envejecida en el reflejo de una ventana
rota. Como respuesta, un gruñido de rabia surgió desde lo más profundo de su garganta.
Sus dos perlas grises carentes de pestañas, se habían desgastado hasta
asemejarse a los ojos de una rata. Sus labios, una vez rojos y
gruesos, parecían no existir ahora, todo lo que quedaba de ellos era una
abertura oscura que daba paso a una dentadura desgastada e incompleta. Y su
cuerpo…, prefería no tener que evocar la imagen de su cuerpo. Nublada por la ira, alejó su enmarañado
cabello de su rostro, y consiguió continuar su camino. ¿Cómo habían logrado
hacer de ella aquello? Con lo que
había sido; una ladrona de corazones, el terror de Afrodita…
Con
paso torpe alcanzó una placeta flanqueada por varias farolas, de las cuales tan
solo una funcionaba. La luz intermitente de esta iluminaba a un muchacho
encapuchado que se recostaba sobre la misma. Tarareaba armoniosamente, inmerso
en sus pensamientos y distraído con un Mp3.
Al
verle, la avidez se atoró en la garganta de la anciana. Tal fue su ansia por
alcanzarle que tropezó y cayó sobre el suelo. Emitió un grito quejicoso, y
cuando trató de levantarse, no lo consiguió. Había estado tan cerca de
conseguir su ayuda, ahora ni siquiera podía tenerse en pie. A la espera de la
risa burlona de la muerte, la anciana se rindió al suelo. No debió de
adelantarse a los acontecimientos, ya que cuando menos se lo esperaba, una voz
jovial le ofreció la ayuda que tanto había estado deseando.
Alzó
el rostro y ahí estaba el muchacho. Guapo, era tan guapo, sus rizos cobrizos
asomaban por la capucha como los cuernos de un caracol. Y aquellos ojos….,
parecían más puros que la albina Luna. Cuando la contempló a ella, sentimientos
contradictorios asomaron su rostro; algo
entre miedo y lástima.
La
anciana alzó una mano temblorosa y rogó por su ayuda. Tras un momento de duda,
el joven la tomó de la mano y la ayudó a levantarse con una expresión cordial.
Entonces
ella sonrió. ¡Lo había conseguido! Tenía su ayuda, tenía su… ¡Corazón!
Casi
de forma despistada, las uñas mugrientas de la anciana se hundieron en el pecho del muchacho, quién se puso rígido al
instante. De sus jóvenes labios brotó un jadeo entrecortado, y el pánico,
aunque de manera tardía, sustituyó a la incomprensión de sus ojos.
La
mano de ella hurgó entre huesos, músculos y cables hasta dar con el órgano
principal. Rodeó el corazón entre sus escuálidos dedos y apretó. Vio como el
chico se quedaba sin aliento y luchaba por evitar que su espíritu abandonara su
cuerpo. Pero ella continuó apretando hasta que las arrugas dejaron su rostro,
hasta que su cuerpo se irguió, hasta que la mirada felina regresó a sus ojos y
hasta que sus sensuales labios se llenaron de nuevo. Entonces fue una joven
muchacha quien tuvo que sujetarle a él. Apretaba con tanta decisión su corazón,
que este terminó por salirse del pecho.
Ella
se aseguró de que lo último que viera el chico antes de caer sin vida, fuera su
sonrisa satisfecha mientras sostenía el órgano todavía bombeante entre sus
elegantes dedos. Lamió la sangre que manchaba su brazo y tiró el corazón contra
los barrotes de una alcantarilla. A lo largo de su columna se deslizó un
escalofrío de placer contenido.
Apagados
los quejidos, la calle se sumió en silencio a excepción de sus jadeos
extasiados, y algo más... Un ronroneo seductor asomaba desde uno de los chismes
que el joven había estado sujetando antes de morir. La muchacha se inclinó de
manera elegante para recoger el Mp3 de las todavía cálidas manos de él. Colocó los cascos en sus oídos y al momento
de escuchar la canción, un sonido lastimero se escapó de sus labios.
─Oh…Kasabian…, ahora me arrepiento de haberte
matado a ti y no a otro─.No le dio muchas más vueltas. Giró sobre sus talones y
se alejó del cuerpo como un felino recién despierto─. “…Walking in circles with the human race. And all the little people they want to be free…”